Tetris



Por votación popular, publico el articulillo sobre el Tetris, la clave para entender los entresijos de nuestra existencia. ¡A jugar!


Últimamente he estado pensando y creo haber llegado a una conclusión: La vida es una partida de Tetris. Sí, hay quien puede compararla con un río, o con un dado, o con esas bolitas de queso que tanto te manchan los dedos… pero no, la vida es, queridos amigos, una partida de Tetris.

Ese simple videojuego cuyo único fin es encajar fichas absurdas para ir formando líneas sin cesar guarda en su interior el sentido de la existencia. Supongo que el ruso que tuvo la famosa idea, o aún más, el americano que amablemente se la robó, habrán llegado antes que yo a esta conclusión, pero quizás sea yo el primero que la exponga. Generaciones delante de la pantalla frustrándose por no conseguir más puntos que el vecino todavía no han conseguido hallar gracias a él la mágica respuesta a los eternos interrogantes: de dónde venimos, a dónde vamos y otras infinitas preguntas… Este juego, al menos, puede responder a un par de ellas. Quizás el resto de respuestas las tengan un par de telepredicadores, vendedores de enciclopedias o incluso alguna religión, pero al menos el Tetris es capaz de sintetizar, o eso creo, todo el espíritu de la existencia humana.

La vida es pues, insistimos, una gran partida de Tetris. El objetivo es bien sencillo: encajar fichas. Cada una es de su padre y de su madre, van llegando de “arriba” sin ningún sentido aparente y de las cuales, como mucho, podemos llegar a adivinar la inmediatamente posterior a la que manejamos. Así que no valen planes: la vida, como partida de Tetris que es, es un continuo improvisar sobre una marcha de ritmo variable. De vez en cuando tendremos la premonición, o la esperanza, o vaya usted a saber qué, de que llegue a nuestras vidas una ficha determinada, y a tal efecto guardamos un perfecto espacio en nuestra construcción vital, espacio que en muchas ocasiones tendremos que rellenar con una ficha parecida a la esperada, pero no la deseada. Algunos llaman a esta acción de reservar espacio “esperanza”, otros pueden incluso llamarla “fe”, pero realmente no se sabe bien qué puede ser. El caso es que, como decimos, en muchas ocasiones tendremos que utilizar una ficha que no encaje del todo en nuestro espacio, pero que igualmente puede hacernos un apaño.

Como hemos dicho un poco más arriba, la vida es un improvisar en un ritmo cambiante. Al empezar todo parece fácil, pues las cosas, es decir, las fichas, van muy despacio y no nos paramos apenas a pensar dónde encajarlas, porque casi ellas mismas formarán esas líneas que más tarde iremos echando de menos. Solas van haciendo puntos, y uno, como jugador, se siente realmente realizado con este ejercicio que cree será fácil hasta el final… Pero he aquí, mis queridos amigos, el error que cometemos siempre como jugadores de este rompecabezas. Pensamos que realmente puede no haber final, o, como mucho, podemos pensar que el final lo marcaremos nosotros cuando nos venga en gana, que uno cuando quiere puede apagar el aparato y dar por finalizada la partida… pero no es del todo así. Si en un principio todo puede parecer fácil y divertido, más tarde puede ser algo angustioso y vertiginoso. Las fichas empiezan a no encajar tan bien como antes, y para colmo cada vez nos vienen más y a mayor velocidad. Nuestra cabeza debe despertar de ese letargo de los primeros niveles. Ahora las cosas no se hacen solas. Es en estos momentos cuando solemos utilizar más fichas “alternativas” en los espacios reservados, porque el ritmo del nivel que jugamos es demasiado rápido como para pararse a pensar y tener esa “fe” en la ficha ideal. Hacemos puntos, pero menos, y cada vez nos cuesta más. La construcción elaborada con las fichas que nos han ido cayendo cada vez es más alta, pero con un poco de astucia conseguiremos reducir esa presión a base de improvisar adecuadamente con este ritmo frenético al que acabaremos acostumbrándonos.

Y de hecho puede que incluso hagamos numerosas líneas que nos lleven a una situación más tranquila y segura, donde jugar de nuevo en una situación casi de segundo letargo, volviendo a creer que esta partida, que la vida, está en nuestras manos y va a durar por mucho tiempo. Hasta que de repente, una ficha que creíamos que iba a encajar, no lo hace como esperamos… se trata de un imprevisto, algo no preparado, un error que nos llevará a cometer otros igualmente brutales… Y es que en la vida, como en el Tetris, un error, por pequeño que sea, puede ser decisivo. Las piezas se van superponiendo y no podemos hacer demasiado para reparar el error cometido. De pronto nos convertimos en simples espectadores de lo que se avecina: el final de nuestra partida. Un final que no esperábamos, que ha venido cuando ya nos acostumbrábamos al mecanismo del juego. Cuando las fichas llegan hasta lo alto de la pantalla, por fin vemos las dos palabras que nos confiesan el fatídico final: “Game Over”.

Puede que este símil no sea muy acertado, pero al menos a mí me ha hecho ver que el Tetris no sólo te ayuda a meter el equipaje en el maletero o a aparcar tu automóvil, sino que te enseña que la vida, que es en definitiva una gran partida de Tetris, puede ser más larga o más corta, más o menos entretenida, podemos llegar a cumplir records, pero al final, queridos amigos, siempre acaba. Pero como siempre se ha dicho, “lo importante es participar”, y si has conseguido disfrutar de la partida, lo que haya durado es lo de menos.

El Abismo

Hola amigos. Sé que hace muuucho tiempo que no sabéis nada de este maravilloso blog. Es verdad, soy un gandul de tomo y lomo, pero no sólo eso. Además de ser un desconsiderado y un vago asqueroso soy un... pensador. Eso, un pensador. Y toooodo este tiempo que he estado sin escribir lo he dedicado a meditar (si cuela, ha colado). Así que me ha dado por pensar sobre mi vida y milagros, es decir, sobre mi vida, y he llegado a conclusiones poco esperanzadoras (en pocas palabras: glups).
Si os encontráis en una situación como esta, de verdad, contad con mi total apoyo.


Imagínate conducir por una carretera, una autopista por donde pasan infinidad de coches de todo tipo: turismos, camiones, motocicletas, furgonetas, monovolúmenes, transeúntes suicidas... de todo, vamos. Imagínate que esa carretera tiene muchos carriles, y debes escoger uno. Quizás el carril que escojas te lleve más rápido a tu destino, que por otra parte no está excesivamente claro, o quizás ese carril se llene de coches en un momento, quedando atrapado y exasperado hasta el punto de hacerte perder los estribos y dar media vuelta hacia no se sabe bien dónde. Pues bien... em... imagínate que... que no tienes carnet de conducir y que... bueno, que de repente viene un autoestopista procedente de un pueblo lejano, que se tira contra la luna de tu coche y te mete un paquete de kleenex por las narices... Imagínate que son de esos con aroma de menta y que... em... quizás eres alérgico, quién sabe, y te entra un escozor insoportable, llegando a odiar a ese autoestopista que, por otra parte, acabarías atropellando irremediablemente. ¿Lo has pillado? ¿No?

... espera, vamos a empezar de nuevo.

Ejem ejem

Dicen que la vida está hecha de fases (el símil automovilístico no era lo más adecuado, no). La vida misma, según dicen otros, es una fase más dentro de un proceso largo, incluso eterno, e incomprensible. La historia la dividimos en fases, aunque en realidad sea toda una y casi siempre la misma. Las legislaturas, por ejemplo, son fases; incluso los regímenes políticos son fases de una evolución, una involución o simplemente un cambio en la estructura social de un país que, por otra parte, será lo que sea dentro de la fase histórica en la que uno viva. Pero bueno, como decíamos: la vida se divide, no se sabe si de manera natural o para no hacernos un embolado en la cabeza, en estos estados sucesivos de un fenómeno natural o histórico (by eruditos de la RAE, siempre dando esplendor, los malditos). ¿Y qué son realmente las fases? Pues estos estados sucesivos son, para no andarnos con rodeos, algo que empieza, tiene cierta gracia, luego te harta y al final se acaba.

Cuando una nueva fase empieza, se entremezclan sentimientos diferentes pero complementarios. Por una parte existe el temor de que no se haya acertado, de que se esté en el lugar menos idóneo, que hayamos errado en nuestra elección; pero por otra hay una especie de esperanza de que todo salga bien, confianza en que se está donde se debe y se quiere y ensoñaciones de que algo aún mejor nos espera por ese camino. Empezar fases es divertido, la verdad. Lo que no mola tanto es terminarlas: Ver cómo lo conseguido hasta entonces son sólo recuerdos (si es que se recuerdan), lamentar los fallos o las carencias, dudar sobre qué hacer ahora y... sentirse en el abismo. Es ahí donde nacen las crisis.

Pues bien, yo me encuentro en plena crisis, para qué vamos a engañarnos. (¿Por eso no has escrito, por esa crisis, Martín? Efectiviguonder, además de que, como ya he matizado, me muevo menos que Steven Hopkins tratando de bailar el Chiki-Chiki). Cuando estás a punto de terminar la carrera universitaria, cuando no sabes exactamente qué hacer con tu vida, cuando vas a dejar un trabajo, una vivienda, una manera de vivir... para hacer no se sabe bien qué, la palabra incertidumbre encuentra un hueco en tu imaginario.

Pero como este es un blog simpaticón y alegre os daré un consejo para aquellos que, como yo, os encontréis en una situación de crisis: Para esos mariquitas helenos, los griegos de la sábana de hace la tira de años, la crisis era aquel preciso momento en el que un enfermo cambiaría a otro estado. Éste nuevo estado podría ser peor que el anterior, pero también podía mejorar e incluso curarse si se aplicaba la medicina como los mariquitas helenos más expertos (llamados médicos mariquitas helenos) sabían hacerlo. Todo se limita a identificar ese momento de crisis y saber manejarlo. ¿Y qué mejor medicina que tomárselo uno con tranquilidad, parsimonia y una sonrisa en la cara? Sinceramente, muchas, pero son más caras que esta.

Así que, para aquellos que habéis aguantado hasta el final este post asqueroso y ñoño decíos: ánimo, cerrad la ventanilla del coche si no queréis que el autoestopista jodío os deje la nariz hecha un cristo... Es un pseudo-consejo del tete Martín, que espera volver lo antes posible para escribir una nueva memez en este blog.