Reseñas Literarias (I)
La panda del gallato
Metamorfosis
¿Quiénes somos, de dónde venimos y adónde vas?
Ernesto Sánchez ha sido siempre un tipo interesado en buscar la verdad. Su curiosidad intrínseca ha hecho que desde niño se adentrara en mundos inhóspitos con el único fin de poder hallar la razón última de los interrogantes que le atormentaban: “¿Quiénes somos?” “¿De dónde venimos?” “¿Qué hay más allá de la muerte?” o “¿Dé que está hecha realmente la carne que nos venden como “fiambre para shandwich” en los supermercados?”. Estas dudas, como puede uno imaginarse, hicieron ya que desde pronta edad Ernesto fuera una persona triste y abandonada a su suerte en un mundo incomprendido y repleto de dudas aparentemente sin respuesta.
La familia Sánchez, sin embargo, no compartía del todo las dudas del pequeño Ernesto, y vivía despreocupada tratando de ser lo más feliz posible dentro de sus posibilidades económicas. Jesús, el padre de Ernesto, regentaba una pequeña tienda de chucherías bajo su casa, lo que le convertía en una de las personas más estimadas por todos los infantes y retrasados mentales de la ciudad, gracias a su trato afable y su realmente feo pero simpático rostro. Todos los niños corrían, cuando tenían la ocasión, hasta el puesto de Jesús Sánchez para comprar toneladas de nubes de azúcar, tiburones de gominola o barras de regaliz; mientras que el pobre Ernesto se quedaba encerrado en su habitación, unos pocos metros más arriba, leyendo libros de Kafka o Nietzche. “¿Qué sentido tiene labrarte un futuro si todo es fortuito y caduco, papá?”, decía a su padre cuando tan sólo contaba media docena de años. “Hijo, será mejor que te tomes la hamburguesa de gominola y dejes de decir esas palabrotas tan raras.”
Nunca comprendió que a su alrededor pocos, muy pocos, compartían las existenciales dudas que corroían su alma. De vez en cuando, sin embargo, se reunía a escondidas con personas que, como él, no hacían más que cuestionarse el devenir de sus vidas. Así Ernesto, durante una corta temporada, debatía con un hombre desaliñado que esperaba el autobús en su misma calle con un maletín prácticamente vacío. “No vendo un sólo seguro” le decía entre sollozos al pequeño Ernesto, “y mi mujer se ha ido con otro. Estoy destrozado...” Ernesto, que poco sabía sobre relaciones matrimoniales o ventas de seguros, le respondía con una tanda de aquellas dudas que a él más le interesaban. “¿Por qué estamos en este mundo? ¿Qué puede haber más allá? ¿Con qué tipo de pasta se hace la gomina para el pelo?”. A Ernesto le divertía mucho compartir estas preguntas con personas cono este vendedor de seguros pero, desgraciadamente para Ernesto, a los pocos días este desaliñado señor dejó de aparecer donde solía. Según le explicaron a Ernestito, el vendedor se equivocó al agarrar el autobús y quiso subir antes de que éste parara. Incomprensible, pensó entonces nuestro querido filósofo.
Los años se sucedieron y Ernesto se hizo cada vez mayor, al igual que sus dudas y preocupaciones. Entretanto, cuando no leía a uno de sus nihilistas favoritos, atendía la tienda de su padre, aunque con su llegada los niños no corrían con tanta velocidad para comprar sus golosinas. Esto se debía, evidentemente, a que cuando un infante pedía cualquier dulce de los que allí se vendían, Ernesto le daba, como regalo adicional, un pequeño trauma infantil entre signos de interrogación. El padre de Ernesto recibió numerosas quejas de madres que le recriminaban que, después de comprar sus chucherías, sus hijos llegaban a casa llorando y preguntando que, si el cosmos es finito y Dios no existe, que razón hay para vivir. Jesús decidió entonces echar a su hijo de la tienda y del trabajo, pues ya contaba con cierta edad como para poder ganarse la vida por su cuenta, y Ernesto vagó por la ciudad buscando una ocupación, sin comprender por qué debía buscar trabajo si antes o después debía morir. Pero entonces descubrió una de sus mayores vocaciones: La música.
Parece ser que, en uno de sus paseos por la ciudad divagando sobre el origen del mundo, Ernesto encontró a un grupo de jóvenes tocando la guitarra en el parque. El sonido de la música llamó la atención de nuestro protagonista y decidió hacerse con una y componer canciones con las que trasmitir al mundo todas aquellas dudas que tanto le inquietaban, con el fin de encontrar con quién compartir su desasosiego. Empezó a tocar, como aquellos jóvenes, en parques públicos y estaciones de metro, y poco a poco se le sumó un gran número de personas que comprendían sus letras y las sentían muy adentro. Fueron famosos entre esta gente (que siempre vestía de negro y se maquillaban de manera grotesca) sus temas “Somos alma o materia” o “Es realmente pollo lo que sirven en el KFC”. Los fans de Ernesto se multiplicaban exponencialmente, y poco a poco le instigaron para que grabara sus canciones y las hiciera públicas. Él, aunque no comprendía el por qué del asunto (y de tantos otros) accedió aunque de mala gana, y fue al estudio para grabar una modesta maqueta.
Y en aquel momento fue cuando se puede decir que la fortuna guiñó amablemente el ojo a Ernesto Sánchez, pues tras grabar aquella maqueta un famoso estudio decidió comercializarla y bautizar aquella música que él hacía como Rock Existencialista. Lo que siguió a esto es evidente: Giras por todo el país, grandes ventas de sus discos, videoclips que hicieron historia... Hasta convertirse en uno de los artistas pop más cotizados del país. Formó una banda completa, los “Dubte”, y siguió cantando y emitiendo su mensaje a todo aquel que quisiera escucharlo.
Sin embargo, después de un par de años saliendo en portadas de revistas como la Rolling Stones o Semana, Ernesto abandonó repentinamente el mundo de la música, declarando que nadie había comprendido el mensaje de sus canciones, ya que no conocía a un sólo fan que se hiciera como él las dudas que recitaba en los conciertos. Entonces decidió encerrarse en su mansión de Los Ángeles, acompañado sólo por sus 23 sirvientes, su profesor de tenis y su chófer. De esta manera, prácticamente sólo en el cosmos, podría seguir leyendo a los clásicos y encontrar de una maldita vez el sentido de su triste, miserable e incomprendida vida.
Golpetazo
Es como si en un atasco de coches estás siempre en el carril más lento, o te escogen entre millones de personas para una cansina encuesta o, como es el caso que nos ocupa, cuando entras en el mercado laboral con una crisis de proporciones bíblicas (bíblicas de los últimos capítulos, que son los que acongojan)... Uno se pregunta si tendrá la fortuna suficiente para no acabar, después de todos los estudios realizados, vendiendo menús wini wini en un winipizza o un burguerwini.
Porque si hay algo peor que tener mala pata, eso es la incertidumbre... y en tiempos de crisis económica (que cansinos estamos, por cierto, con la maldita crisis) otra cosa no habrá, pero incertidumbre la que uno quiera... Para aquellos que se encuentren en una situación similar a esta, os dedico esta bonita canción. Porque tener dinero es lo de menos, lo importante es creérselo uno, qué narices.
Por cierto, fijaos en el señor batería... a eso me refiero con creérselo, amigos...
Un saludo de este bloguero con un dolor de cabeza tremendo (¿será por el mazazo de la realidad?)
Critica a la pura razón
Cuentan algunas versiones de la historia de este personaje que entre las personas que aplaudían se encontraba Jacinto Puente, director de la revista España 3000, famosa en la década de los noventa por presentar mensualmente un ejemplar con un guardia civil en paños menores para que los más españófilos tuvieran qué colgarse en la pared sin temor a ruborizarse. Al salir del museo, Jacinto Puente se acercó al señor Fandango para invitarle a la redacción y ofrecerle una colaboración en su revista. Fandango preguntó si podría llevarse su bidón de gasolina (que siempre iba con él) y en caso negativo si podría esperar a que quemase un par de cafeterías de camino a aquel lugar. Lamentablemente, aunque el señor Puente accedió a contemplar cómo quemaba un par de edificios, a Fandango se le olvidaron sus cerillas, y ningún transeúnte quiso prestarle lumbre, ya que la solicitaba enseñando sin mucho disimulo la gasolina en cuestión. Después de esta anécdota sin demasiada importancia, Jacinto Puente ofreció, como decíamos, una columna mensual donde Fandango podría criticar lo que él quisiera, usando las palabras que él estimara oportunas. No encontraría límites en su libertad de expresión, y los lectores de España 3000 estarían orgullosos de ver cómo un español de pura cepa (eso suponía) decía las verdades que pocos se atrevían a decir. Huelga decir que Fandango accedió de buena gana, y empezó a escribir críticas de teatro, ballet, óperas o películas orientales, aunque bien podían ser todas la misma crítica, ya que en todas repetía aquellas palabras que ya pronunciara frente al Maura: Valiente mierda más grandísima.
Sin embargo, pese a su pobreza léxica y su escasa originalidad, José Fandango se hizo querer mucho entre los lectores de España 3000 (en las jaulas de los gorilas del zoo de Madrid no se leía otra cosa), y poco después nuestro personaje dio el salto a la radio, colaborando en el programa "Seamos Sinceros(SS)" de Radio Nacional Española Hispana Y a Mucha Honra, Caray (la RNEHYAMHC, para abreviar), donde presentaba su propia sección que, como no podía ser de otra menera, se denominaba "La mierda de hoy es". Allí conoció a la bella actriz de radionovelas Ester Píscore, que poco después daría el salto al cine y se convertiría en una estrella mundial. Ambos, durante el tiempo que duró el programa Seamos Sinceros, entablaron una bonita amistad, y cuando Ester ya aparecía en algunos seriales televisivos y en pequeñas fotografías de revistas del corazón, José Fandango aparecía con ella, por lo que se rumoreó sobre la existencia de algo más que amistad entre ellos. José Fandango no fue tonto y aprovechó la ocasión para poder aumentar su nivel de popularidad, y fue entonces cuando decidió acudir una noche al apartamento de Ester Píscore y prenderle fuego a todo el edificio, causando numerosos daños materiales y provocando un mortal ataque al corazón del hamster de Ester.
Fue así como se hizo famoso en todo el país José Fandango y, después de pagar una multilla por su acto pirómano, acudió a numerosos medios a contar cómo hizo aquella estupidez, aprovechando para soltar entre pregunta y pregunta alguna crítica a lo que él veía oportuno, no sin callarse su famoso "valiente mierda más grandísima". El volumen de los aplausos crecía en cada intervención, y después de las entrevistas acudió como tertuliano a muchos programas de diversos tipos: del corazón, de cotilleo, de prensa rosa e incluso algun reality, creciendo su fama y su caché de manera exponencial cada vez que aparecía delante de una cámara.
Hoy, Fandango posee cuatro cadenas de televisión: Valiente 5, Mierda 7, Más 8 y la recién creada Grandísima 3, destinada a los más pequeños para la TDT. Es, aseguran los profesionales del medio, uno de los críticos más aclamados del pasado siglo y el más poderoso hombre de la televisión. Su secreto es, según afirma personalmente, "dar a la gente lo que quiere". Y a tenor de sus resultados no cabe duda de que lo consigue.
Regalo por la tardanza
Como hace la de Dios es Cristo que no publico nada, os intento recompesar con esta entrada tardía (algo inposible conociendo vuestra insaciable hambre de chorribobadas con las que os trato de nutrir en este amable y vomitivo blog). Como muchos de vosotros estaréis de exámenes o, aun peor, de vacaciones, os mando este video que hicimos el año pasado intentando, como viene siendo habitual en nosotros, olvidarnos de estas fechas tan memorables. La tensión de la zapatilla, cortometraje destinado a ser un hito en el mundo del cine... o más.
Lunes musicales (III)
Profeta
Ahí estaba Bill, aunque entendemos que este no sería su auténtico nombre, pues este recién treintañero era un español de pura cepa, hijo y nieto de toledanos, y raro es que alguien en Toledo, ciudad española como la que más, bautice a alguien con el anglófono nombre de Joe, Phill o, como es el caso que nos ocupa, el susodicho Bill. Por cierto que en este momento algún lector puede preguntarse de manera lógica qué pensarán los familiares de este lamentable personaje (que como decimos puede llamarse en realidad Francisco, José o inclusmo Timoteo) si lo vieran a sus treinta años tan desaliñado mirando fijamente a aquellos monos, vestido sólo de cintura para abajo, sin afeitar desde haría semanas y rodeado como estaba de inmundicia por todos lados... Si el lector se hiciera esta pregunta, decimos, nosotros hemos de responder con otra bien distinta: ¿Y qué coño importa?
El caso es que ahí estaba Bill, tirándose eructos entre latas de cerveza esparcidas por el suelo sin ningún orden ni concierto, en un piso oscuro y pequeño catalogable por algún experto e incluso algún aparejador como cueva inmunda. Ahí estaba él cuando, de pronto, un haz de luz iluminó toda la estancia mientras acordes de un órgano de iglesia sonaban a un alto volumen y una ráfaga violenta hacía volar pelusas, latas e incluso el cacahuete que en ese mismo momento se dirigía hacia una muerte segura en la sucia boca de Bill. “De la que me he librado”, habría pensado el fruto seco. Pero quien nos importa en este momento es Bill, que por primera vez en mucho tiempo se ha dignado a parpadear y dirigir la vista e incluso todo su cuerpo hacia donde nacía aquella luz. Allí estaba, podía distinguirlo bien, un anciano hombre vestido de blanco, con una larga y frondosa barba, una cara de no haber roto un plato en su vida y un ridículo triangulito sobrevolando su cabeza, como si se lo hubieran colocado intentando gastarle una broma sin apenas gracia. En seguida Bill, que no era tonto, cayó en quién era aquel personaje que de forma mágica había aparecido en su salita de estar.
Bill exclamó entonces con una voz como de adolescente mientras escupía migas de todo tipo, color y tamaño: “Santa Claus, ¿eres tú?” Se quedó mirando a aquel anciano, el anciano miraba con una expresión cada vez más seria a Bill mientras el silencio se hacía cada vez más prolongado e incómodo. “...No, ¿verdad?”, tuvo que corregir entonces Bill. Cayó entonces en que la figura que se había presentado de repente en su casa coincidía curiosamente con la de aquel personaje que tanto aparecía en sus viejos libros de religión de la EGB, ese omnipresente, omnisciente, omnipotente y presumiblemente omnívoro ente llamado Dios.
“Dios, ¿a santo de qué apareces en mi casa, de pronto, de golpe y porrazo, usando toda esta parafernalia divina?”, dijo Bill, aunque es difícil saber las palabras exactas, pues su voz era temblorosa y dubitativa, algo comprensible, desde luego, porque no a todos se nos presenta Dios, así, sin venir a cuento, mientras tratamos de ver monos luchando por nobles causas como son los territorios llenos de estiércol. Fue entonces cuando este personaje barbudo y bonachón y ante todo, divino, se acercó al bueno de Bill para decirle:
“Eustaquio”, he aquí su verdadero nombre, por fin, aquel con el que lo bautizaron y no con el que se hace llamar, “vengo para encomendarte una misión divina en mi nombre. Te ordeno que salgas a la calle y empieces a hablar a la gente de tu encuentro con mi divina persona, y les dirás que si la humanidad no recupera su fe y abandona sus violentas formas desataré mi ira y volveré a ser aquel Dios vengativo que en otros tiempos causó catástrofes y epidemias con el fin de que vosotros, mi creación más perfecta, se comporte como Yo mando, caramba. ¿Has entendido bien?”
Bill miró a aquel Dios que tan claramente hablaba de mandar a tomar por saco a todos si la cosa no se arreglaba de una puñetera vez y se dijo para sí: “Madre mía, que papelón”. Antes de que pudiera responder, sin embargo, la luz se apagó, los acordes dejaron de sonar y el viento de soplar, haciendo desaparecer también a Dios. Como vino, se fue. Bill se quedó con una cara de memo mirando al infinito, pues no podía creerse lo que acababa de suceder en la salita de su propia casa. Una aparición, nada menos, y divina. Y él que no sabía si salir a la calle a gritar como un poseso o llamar al programa de Iker Jiménez para por lo menos salir por la caja tonta y saludar a su madre.
Se hizo el silencio, aunque todavía sonaba de fondo los gruñidos de unos monos atizándose unos a otros. Bill, tras limpiarse las babas con su muñeca desnuda, se dio la vuelta y contempló a los simios que seguían pegándose y mordiéndose. Se acercó al sofá, se sentó en él, agarró el mando a distancia con su mano izquierda, su paquete con la derecha y mientras se quedaba impávido mirando aquella escena dijo en voz alta, como si alguien pudiera escucharla: “Mañana me pongo con eso”.
Moraleja (que alguna hemos de encontrar): Estamos jodidos, amigos. Si no se lo creen, lean un periódico y me cuentan.
Temazos de hoy y de siempre
Grandes epístolas
Dicho esto, comienzo con la enumeración de los motivos por los que me dirijo a usted, mofeta nauseabunda, con este tono exasperado y poco disimulado. Mi vida, como comprenderá, no es del todo agradable, pero eso no le importa a usted, estúpido coprófago. Bueno, de hecho le importa simplemente porque, al querer deshacerme yo de mi vida como Dios manda, acudí a su “Centro de Suicidios Asistidos la Nutra Feliz” a tal efecto. Según decía el folleto, la Nutra Feliz era el mejor centro del estado para poder yo dejar este más acá y poder partir hacia un más allá estupendo de la manera más cómoda y económica, y así poder disfrutar de los mejores desayunos con queso fresco entre las nubes rodeado de angelitos macizos. Pero, hete aquí que, al toparme con su hediondo centro, rata de cloaca, mula inmunda, tragaldabas chupatintas... perdón... por dónde iba (me entretengo demasiado insultándole, usted comprenderá... bobo)... Ah sí... el caso es que al toparme con su centro, no sólo no me aseguraron una muerte dulce y placentera, sino que sus exuberantes enfermeras me agarraron por banda y no dejaron de realizarme masajes y terapias con chocolate y aguas termales. No dedicaron ni un sólo día de la semana que estuve en la Nutra Feliz a asesinarme o drogarme para despertar en el paraíso. No señor.
Y después de esa semana llena de pompas de jabón y masajes en la rabadilla, partí a mi casa con mi mujer y mi suegra y mi trabajo estresante tan vivo como cuando entré a su centro, hamster comepipas. Sigo vivo, asqueroso timador, y quiero recuperar mi dinero en un plazo razonable de tiempo, ya que pronto tendré que arrojarme por una ventana dada su incompetencia.
Pedro Sáinz de Barandilla
Señor Sáinz de Barandilla
Le contesto a su carta por puro aburrimiento, si le soy sincero. Esta semana he podido disfrutar de unas placenteras vacaciones y eso me ha hecho reflexionar y hacer que me tome las cosas con un poco más de calma. Por eso, le digo, he accedido a escribirle de vuelta aclarándole un par de conceptos que quizás usted no tenga en su cabeza demasiado asentados.
El centro que con tanto cariño regento, la Nutra Feliz, es un centro donde nuestros clientes acuden para relajarse. La idea de asesinar a alguien me parece de lo más ridícula y, como comprenderá, nosotros no nos dedicamos a tales asuntos. En la Nutra Feliz atendemos a personas ancianas, aunque cuando se nos presenta un hombre de mediana edad, como es su caso, disfrazado con un bigote falso y polvo de talco en el pelo, hacemos alguna excepción simplemente por divertirnos. A usted, señor Sáinz (no nos olvidamos de su paso por la Nutra Feliz), se le recuerda perfectamente. Es el único cliente que lamía a otros cuando se les aplicaban los baños de chocolate (incluso me parece recordar que lamió por error algo de barro confundiéndolo con chocolate con almendras). Tampoco nos olvidamos de cómo metía mano a las enfermeras o simulaba estar en un jacuzzi gracias a sus ventosidades.
Y pensábamos que al irse de nuestro centro después de diez días (sólo pagó usted siete) de puro estrés, se acabarían nuestros problemas con su persona, pero evidentemente nos equivocábamos. Ahora pretende que le devolvamos el dinero que gastó en la Nutra Feliz simplemente porque pensaba usted que uno va allí para suicidarse. Bravo. No se me ocurriría mejor manera de exigir una devolución. Es usted un genio.
Pero recuerde: como insista en recuperar el dinero o nos moleste a mí o a mis empleados de cualquier otra manera, dé por hecho que no nos temblará el pulso al denunciarle o, si la cosa se va de madre, presentarle a mi sobrino Félix, púgil profesional.
Le despido deseando que lo que comentaba de la ventana sea cierto y pronto. Un saludo.
Director del Centro de Relax la Nutra Feliz.