Historias de héroes contemporáneos


La verdadera (aunque muy cuestionada) historia del Niño Melón

Seguro que, desde todos los lugares del mundo conocido, y aún en aquellos que nos quedan por conocer por ser nosotros cortitos de entendederas, se ha escuchado como un rumor la historia de un hombre que de manera espectacular cambió el rumbo de nuestra existencia. Los detalles de su biografía son discutidos todavía, e incluso el nombre de tan magnánimo personaje, que unos llaman Melín, otros Ñoni Melán y otros, los más despistados, El Ratón Mickey. Recientemente, un equipo de investigadores formado por un par de científicos ociosos, tres parados y diez amigos imaginarios, consiguieron descifrar el verdadero nombre de este personaje que al parecer fue bautizado como Don Niño Melón de Todos lo Santos. A continuación intentaremos reflejar en un par de estúpidos párrafos sin sentido ninguno la vida y obra de quien fue llamado a ser un hito en la historia.

El nacimiento de este hombre, si es que tal calificativo no es en su caso un insulto, es también discutido por las distintas escuelas que, no se sabe bien por qué, estudian la biografía de Don Niño Melón. Unos, los más de ellos, aseveran que nació en León, algo que justificaría las posturas regionalistas que defendería ya de joven. No obstante, estudios posteriores evidencian que su nacimiento no aconteció si quiera en la Península Ibérica. De hecho, deberíamos trasladarnos a la ciudad brasileña de Florianópolis, capital del estado de Santa Catarina, para encontrar sus verdaderos orígenes. Allí, hace aproximadamente dos décadas, se sintió el estruendo de una gran tormenta. Un matrimonio que vivía de sus tierras, tras la misma, fue a ver si las papayas seguían en su sitio, pero allí estaba en vez de sus frutales un niño de extrañas proporciones, boca abajo debido al exagerado tamaño de su cabeza y que parecía musitar algo así como “ya estoy aquí”. El matrimonio, fascinado por lo milagroso de esta aparición (y, por qué no decirlo, por la fealdad del chavalín), comenzó, mirando al cielo, a gritar: “a criança já está aqui melão, oh melão”. Hemos de admitir, después de contar la versión “brasileña” del nacimiento de Don Niño Melón, que ésta no encaja con el hecho de que al poco de acaecido este episodio, Don Niño Melón se traslada a León por medios que desconocemos y razones que pueden ser sólo la del repelús que produce su proximidad. De todos modos, es posible que la drogadicta brasileña que nos contó esta historia pretendiera tomarnos deliberadamente el pelo, o quizás, y esto resulta más inquietante, exista en el mundo más de un Niño Melón, cosa que causa pavor en quien piensa de tal manera.

Pero si algo es relevante para entender la importancia de la figura de Don Niño Melón de Todos los Santos es su extraña infancia en tierras leonesas. Según cuentan las malas lenguas, Don Niño Melón fue abandonado en la puerta de una iglesia, ignorando quien lo dejó en aquel portal que esa iglesia había sido abandonada hacía ya tiempo y estaba en ese momento ocupada por una familia de gitanos que, cosas del destino, dedicábanse a la venta de melones y sandías. Cuando abrió el patriarca la puerta de su casa y observó al bebé que miraba inquietante hacia todas las direcciones como si de un muñeco se tratara, pensó que alguno de sus clientes pretendía devolver el género que él había podido venderle. Más tarde recayó en que aquello que susurraba en el suelo resultados de partidos de segunda división no era una pieza de fruta, sino un niño de carne y hueso. “¡Caramba!, así que así se hacen los niños, ¿eh?”, dijo Fernando de Dios Fernández, el susodicho patriarca. La familia gitana adoptó ufana a nuestro protagonista y le transmitió esa forma de ver la vida tan alegre sólo propia de esta etnia. Pero claro, Don Niño Melón no podía contentarse con la sabiduría que su nueva familia le aportaba, ya que sus inquietudes de conocimiento iban mucho más allá. Don Niño Melón lo quería saber TODO, absolutamente todo sobre lo que acaecía en el mundo. Su sed de sabiduría hizo que se alejara de su familia (aunque bien es cierto que otros estudios aseguran que fue expulsado de la misma por su incapacidad de coordinar las manos para dar palmas). El día que se marchó, Fernando, su padre de adopción (a la fuerza), le dio el último consejo antes de su partida: “Don Niño Melón (también tuvieron mala leche los gitanos llamándolo así), nunca olvides lo que hay que hacer a la hora de comer: llega el último y rebusca en los platos del resto, que siempre hay quien se deja un cacho pan o un reloj de oro, vete tú a saber. Y ahora, lárgate de aquí, caramba.”

Y así fue cómo Don Niño Melón marchó a devorar toda la información que se le cruzara. De mayor, quién sabe, podría llegar a escribir su propia enciclopedia. Con esta mentalidad salió de la iglesia donde vivía (no sin antes lavarse un poco la cara con el agua de la pila bautismal), diciéndose a sí mismo: “lo primero que vea, voy y lo estudio”. Y así fue como, procedente del cielo, llegó tras un vuelo casi mágico a los pies de Don Niño Melón una portada de un periódico. Cuando se agachó a recogerla, observó que se trataba de la portada del Marca de aquel día. A Don Niño Melón se le iluminó la cara: Tanto colorín, tanta foto, tanto hombre musculoso… atrajeron hasta límites insospechados a nuestro querido protagonista. “Esto es lo primero que estudiaré para ser la persona más documentada del planeta. He dicho”. Y así comenzó su camino hacia la erudición universal. Hay que matizar que, aunque esta visión épica de su pasión por el deporte es aceptada por la mayoría de las escuelas estudiosas de la biografía de Don Niño Melón (2 de 3), hay quien opina que todo empezó porque de niño alguien le regaló un álbum de cromos, de la editorial Este, de la liga 1992/93, y que su familia gitana le ayudaba en principio a robar cromos y extorsionar al quiosquero. Esta visión, por lo racista, nos parece del todo desafortunada (pero ahí queda).

Así que, con la página del diario deportivo en sus manos, empezó a deambular por las calles de León hasta chocar de pronto con una piedra en la que se podía leer “Colegio Mayor Elías Ahúja”. El choque fue tan violento que sus reflejos se vieron afectados. Además, la surrealista y larga caminata hacia Madrid, donde se encontraba la susodicha piedra, hizo que se cansara hasta el punto de no poder recuperar de nuevo su velocidad de movimientos normal. Visto que aquella piedra indicaba la situación de lo que parecía “una iglesia muy alta” (es decir, en su caso, una casa muy alta), decidió tocar a la puerta, abriéndose ésta antes de que sus nudillos pudieran rozarla (“otra que me rechaza”, pensó Don Niño Melón), y pedir cobijo.

-Buenos días.- Dijo una simpática señorita dentro de una urna de cristal.

-Hola. – Don Niño Melón se sorprendió al escuchar aquel acento “no gitano-leonés”. – Quería una habitación, o algo… o cromos para completar mi colección de la liga 1992/93 de ediciones Este.

-Sólo tengo Panini. Pero habitación sí tengo, hombre. La 608 está siendo desinfectada por el virus del ébola. Pero adelante, chico raro.

-Maldición. Ah, y gracias por la habitación.

Y así fue cómo, en su afán por conocerlo absolutamente todo (empezando por el fútbol, siguiendo por el fútbol sala y continuando por el futbolín), empezó a vivir en el Colegio Mayor Elías Ahúja. Dicen que cuando los colegiales le saludaron, sólo escuchaban un leve “ya estoy aquí” que salía de sus labios recordando al gemido susurrado en la selva brasileña. Aunque como hemos dicho, esa historia parecía una patraña. Y esta también, todo hay que decirlo.

De todos modos, lo que acaeció antes de su llegada al Colegio Mayor poco de importante tiene, ya que la verdadera leyenda empieza una vez Don Niño Melón está dentro.

Chan chan chan chaaaan.

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